jueves, 6 de noviembre de 2014

Un cuento sobre la vida: El buscador, by Jorge Bucay

     Hace unos tres o cuatro años, falleció el padre de mi amigo Luis. Luis es una persona muy especial, se puede tildar de estrafalario, soñador, bohemio,.... pero sobre todo de un gran amigo. En el funeral de su padre hizo algo insólito, habida cuenta de la sociedad en la que vivimos (en Estados Unidos parece ser más habitual), a la vez que maravilloso y que nos dejó a los más allegados con las lágrimas en los ojos y pensando en sus palabras: delante del féretro de su padre y ante todas las personas que quisimos estar presentes en ese último adiós, contó un cuento que transcribo más abajo. Desde entonces he tratado de encontrar íntegro ese cuento, hasta que el propio Luis me facilitó el enlace hace unos días. Disfrutarlo.





El buscador


Esta es la historia de un hombre al que yo definiría como buscador.



Un buscador es alguien que busca. No necesariamente es alguien que encuentra. Tampoco es alguien que sabe lo que está buscando. Es simplemente para quien su vida es una búsqueda.

Un día un buscador sintió que debía ir hacia la ciudad de Kammir. Él había aprendido a hacer caso riguroso a esas sensaciones que venían de un lugar desconocido de si mismo, así que dejó todo y partió. Después de dos días de marcha por los polvorientos caminos divisó Kammir, a lo lejos. Un poco antes de llegar al pueblo, una colina a la derecha del sendero le llamó la atención. Estaba tapizada de un verde maravilloso y había un montón de árboles, pájaros y flores encantadoras. La rodeaba por completo una especie de valla pequeña de madera lustrada... Una portezuela de bronce lo invitaba a entrar. De pronto sintió que olvidaba el pueblo y sucumbió ante la tentación de descansar por un momento en ese lugar. El buscador traspasó el portal y empezó a caminar lentamente entre las piedras blancas que estaban distribuidas como al azar, entre los árboles.

Dejó que sus ojos se posaran como mariposas en cada detalle de aquel paraíso multicolor. Sus ojos eran los de un buscador, y quizás por eso descubrió aquella inscripción sobre una de las piedras:

Abdul Tareg, vivió 8 años, 6 meses, 2 semanas y 3 días

Se sobrecogió un poco al darse cuenta de que aquella piedra no era simplemente una piedra: era una lápida.
Sentí pena al pensar que un niño de tan corta edad estaba enterrado en aquel lugar.
Mirando a su alrededor, el hombre se dio cuenta de que la piedra de al lado también tenía una inscripción. Se acercó a leerla. Decía:

Yamir Kalib, vivió 5 años, 8 meses y tres semanas

El buscador se sintió terriblemente conmocionado. Aquel hermoso lugar era un cementerio, y cada piedra era una tumba. Una por una, empezó a leer las lápidas. Todas tenían inscripciones similares: un nombre y el tiempo de vida exacto del muerto. Pero lo que lo conectó con el espanto fue comprobar que el que más tiempo había vivido sobrepasaba a penas 11 años...

Embargado por un dolor terrible, se sentó y se puso a llorar. El cuidador del cementerio pasaba por ahí y se acercó, lo miró llorar por un rato en silencio y luego le preguntó si lloraba por algún familiar.

- No, ningún familiar - dijo el buscador - ¿Qué pasa con este pueblo? ¿Qué cosa tan terrible hay en esta ciudad? ¿Por qué tantos niños muertos enterrados en este lugar? ¿Cuál es la horrible maldición que pesa sobre esta gente, que los ha obligado a construir un cementerio de chicos?.

El anciano sonrió y dijo: - Puede usted serenarse, no hay tal maldición, lo que pasa aquí es que tenemos una vieja costumbre. Le contaré: cuando un joven cumple 15 años, sus padres le regalan una libreta, como esta que tengo aquí, colgando del cuello, y es tradición entre nosotros que, a partir de allí, cada vez que uno disfruta intensamente de algo, abre la libreta y anota en ella: a la izquierda qué fue lo disfrutado..., a la derecha, cuánto tiempo duró ese gozo. ¿Conoció a su novia y se enamoró de ella? ¿Cuánto tiempo duró esa pasión enorme y el placer de conocerla?...¿una semana? ¿dos? ¿tres semanas y media?... Y después... la emoción del primer beso, ¿cuánto duró? ¿el minuto y medio del beso? ¿dos días? ¿una semana?... ¿y el embarazo o nacimiento del primer hijo?... ¿y el casamiento de los amigos...? ¿y el viaje más deseado...? ¿y el encuentro con el hermano que vuelve de un país lejano...? ¿Cuánto duró el disfrutar de esas situaciones?... ¿horas? ¿días?... Así vamos anotando en la libreta cada momento, cuando se muere, es nuestra costumbre abrir su libreta y sumar el tiempo disfrutado, para escribirlo en su tumba.

Porque ese es, para nosotros, el único y verdadero tiempo vivido...


fin


Un abrazo para Luis...





2 comentarios:

  1. Me pareció un relato precioso y emotivo en el que se trata de disfrutar lo mejor posible de la vida para vivir "más tiempo" como dice el cuidador del cementerio en su libreta. Me alegra mucho lo de tu blog que descubro ahora mismo. Enhorabuena y me apunto como seguidor. Un abrazo.

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